Cuando nos convertimos a Jesucristo pasamos a formar parte de su ejército y como tal, debemos de tener bien claro de que nos veremos envueltos en batalla constantemente. A tales efectos somos enseñados, entrenados y preparados, no para alcanzar la victoria, sino para mantenerla. Ya el Señor la ganó; nos corresponde permanecer en ella.
Siendo la lucha una espiritual, también nuestras armas son espirituales. No peleamos en contra de la gente, sino contra aquél que les utiliza para hacernos la guerra. No te atrevas a enfrentarlo en tu propia astucia y con tus propias fuerzas, pues vas a salir trasquilado. Enfréntate a Él con la armadura de Dios bien puesta en su sitio, y atrévete, como hizo David, a retarlo en el nombre del Señor de los Ejércitos.
Mantengamos nuestra armadura puesta en todo tiempo, para tomar ventaja sobre todo ataque del enemigo, no peleando a la defensiva, contraatacando; sino aprende las estrategias necesarias para atacar, permaneciendo siempre a la ofensiva. Si permaneces alerta a discernir el mundo espiritual que te rodea, sabrás cuándo el enemigo va a atacar y estarás listo para sacarlo de circulación antes de que se disponga a hacerlo.Ninguna arma forjada contra mí prosperará (Isaías 54:17) y "Las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia de Jesucristo" (Mateo 16:18 ) Pues el que está en mí es mayor que el que está en el mundo.
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