El autor dirige este librito a todos aquellos que han abrazado el Evangelio, pero que, a pesar de entender que «al igual que le agradó a Dios imputar todas sus iniquidades al Salvador, así también Él está dispuesto a considerar como suya toda la justicia del Salvador», se encuentran ensombrecidos y tristes por la imposibilidad de vivir una vida santa y cercana a Dios. Nos anima a no quedarnos en la superficie del Evangelio, sino a profundizar más en él, a suspirar por un poder que nos haga personas nuevas, y a compartir el «principio motor», «el poder constante, permanente y continuo» que constituía la fuente principal de personas como el apóstol Pablo: el amor de Cristo. Este maravilloso amor, que le llevó a morir en la cruz por sus enemigos, es el que puede avivar a su vez nuestro amor hacia Dios, eliminando nuestro temor y odio naturales hacia él, y proporcionándonos el único camino posible para dejar el pecado y vivir para él.
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