En este libro intentó recuperar una antigua convicción que ha ido desmoronándose y cambiando en décadas recientes. La conciencia del pecado solía acompañarnos como una sombra. Los cristianos odiaban el pecado, lo temían, huían de él, se afligían por él.
A pesar de todo, toda la gente sabía bien de qué hablaban estos predicadores. Hablaban del pecado. En los grupos confesionales de hoy no resulta fácil saber si la gente entiende de qué se habla. El moderno lenguaje de la iglesia endulza las cosas: «Confesamos que tenemos un problema con la dinámica humana de la rectificación de las relaciones, y sobre todo con la forma tan débil en que formamos una red de contactos.» O se dice: «Me gustaría decir que necesitamos tomar la santidad como un área de crecimiento.» Pero cuando se trata de hablar del pecado, hoy en día las personas balbucean.
. . . la palabra pecado aparece más que nada en la carta de los postres de los restaurantes. Lo que es pecaminoso es una porción de «torta selva negra» o un «pastel de chocolate con crema y helado», pero mentir ya no es un pecado. La nueva medida del pecado es calórica.
Por esta razón, lo que escribo lo escribo teniendo en cuenta a los que no son teólogos, y no sólo a los que son cristianos. Recordemos que aquellos que siguen otras religiones también pecan. Los secularistas pecan. Por cierto, los secularistas no piensan que su maldad sea una afrenta al Dios vivo y es improbable que la llamen pecado, pero incluso ellos - como todo el mundo - advierten, resienten, y aumentan la injusticia, los delitos, la envidia, la maldad y otras vilezas. Mucho de lo que diré resultará, por tanto, totalmente comprensible para ellos, incluso si no aceptan su contexto y supuestos.
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