Mis hijos saben igual que yo que nuestra salvación no empezó el día en que creímos y recibimos a Jesús como Salvador. Nuestra salvación empezó el día en el que Dios irrumpió en el tiempo y el espacio, muchos años atrás, cuando estableció su vida en la familia de mi tatarabuelo, de tal manera que cada generación posterior pudiera vivir una vida con un alto grado de sentido y propósito, aumentando así en cada nueva generación de creyentes, su presencia y amor, preservando la fe en el viaje.
Nos guste o no, todos formamos de una conexión generacional, para bien o para mal.
En nuestras manos y voluntad está la decisión de detener la decadencia generacional y llevar a nuestra descendencia a un lugar donde podamos construir la gloria de Dios y vivir allanando el camino de los que vendrán después de que ya nos hayamos ido. El camino es largo, el tiempo es corto y hay mucho en juego. Si vivimos pensando solo en nosotros contribuiremos a que muchos no logren alcanzar su destino.
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