Las emocionantes historias de mujeres de todos los niveles socioeconómicos, que han podido mirar a través de otro velo que fue rasgado por la mitad, para ver la gloria de Dios a través de Jesucristo, nos dejan una sensación doble: de alegría al saber que cientos de estas hijas de Abraham, están reconociendo a Jesús como su Señor y Salvador, pero de otro lado una sensación de vergüenza e impotencia, al saber que millones aún viven en medio de la frustración y la desesperanza, por el fanatismo religioso de sus pueblos.
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