La autora dice: "Jesucristo es el único que tiene marcas dejadas por los clavos en sus manos. Esas cicatrices son una prueba de lo mucho que Dios cree en usted y lo valiosas que usted y yo somos par Él. Como mujeres nunca debemos permitir que cualquier teólogo o representante del clero, demeriten o desprecien lo valiosas que somos para Dios o que obstruyan o limiten el ministerio que llevamos a cabo como testigo de Cristo".
Cuando recibimos a Cristo, Él vive en nosotras y una vez más llega a ser Dios hecho carne - por medio de nosotras, en la misma forma que lo es por medio de los hombres. Él habla y ministra por medio nuestro. De ninguna manera es limitado por nuestro estrato social o por nuestra raza o por nuestro sexo, a menos que nosotras mismas lo permitamos.
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