La mayoría de nosotros tomamos las decisiones cotidianas de la vida sin dedicarles mucho tiempo: qué ropa llevar al trabajo, qué preparar para comer, si preferimos leer un libro o ver la televisión.
Lamentablemente, la toma de decisiones no acaba ahí. A menudo nos enfrentamos a decisiones más serias, que nos angustian y confunden. Elecciones cruciales que, una vez hechas, nos afectarán para siempre.
¿Qué estudiaré? ¿Con quién me casaré? ¿Debo o no cambiar de trabajo?
Es cierto que los cristianos podemos distinguir entre el bien y el mal con facilidad. Pero ¿como podemos elegir entre una o más alternativas que no son pecado? ¿Podemos esperar realmente descubrir la voluntad perfecta de Dios y evitar transitar por caminos que no sean totalmente perfectos? ¿De verdad es importante hacerlo de ese modo?
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