Hoy más que nunca la comunidad religiosa está llamada a ser «signo de fraternidad». Es el destino universal de la humanidad, no el privilegio de quienes se aíslan en un espacio apartado de las intrigas del mundo.
El religioso y la religiosa deben ser no sólo modelos, sino además predicadores de la fraternidad. Por eso la fraternidad religiosa debe ser vivida de un modo pleno y radical, además de visible y atrayente.
La comunidad debe demostrar que es posible vivir unidos en la diversidad, crecer y santificarse juntos. Debe testimoniar que no sólo es posible, sino también hermoso, compartir el trabajo, la casa, los gozos y las preocupaciones, los afectos y las amistades, la oración y la Palabra, los dones naturales y los del Espíritu. Por tanto, vivir la fraternidad es ya una nueva evangelización.
Libro dirigido a los institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica, y a cuantos se preparan para vivir en comunidad.
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