Este “Manual del discipulado” pretende ayudar a la creación de pequeños grupos de discipulado con la misión de multiplicarse. La visión que hay detrás de esta herramienta es lograr una red de discípulos que se extienda de generación en generación.
Para muchos, el discipulado es el seguimiento que una persona más madura en la fe hace de una persona menos madura, así que estaríamos hablando de una relación como la de maestro y alumno, o como la de padre e hijo. Cuando elaboré el material del “Manual del discipulado lo probé en varios contextos. Hasta ese momento mi concepto del discipulado había sido el que acabo de describir. Pero además de probar este material para enseñar a una persona joven en la fe, también lo probé con un grupo de tres personas (yo incluido), y con un grupo de diez. Y me quedé sorprendido por las diferencias que pude observar en cuanto a la dinámica. Después de mucha experiencia, he llegado a la conclusión de que los grupos de tres o cuatro personas es el mejor contexto para hacer un discipulado.
El “Manual del discipulado” puede usarse en un variado número de contextos (estudio personal, dos personas, tres personas, diez personas), pero sea cual sea el contexto, la persona clave es aquella que enseña. Las herramientas no son las que hacen a los discípulos. Dios obra a través de discípulos suyos para que los que necesitan madurar tengan un modelo de lo que es la vida en Cristo.
Los estudios más recientes en el campo de la enseñanza secular revelan que la presencia de un modelo sigue siendo la dinámica de aprendizaje más importante. En el desarrollo de la conducta humana, “la motivación de parecerse a una persona que admiramos” está por encima de la coacción y la recompensa. El nivel más bajo de aprendizaje es el de la sumisión o conformidad, cuando una persona controla a la otra. El segundo nivel es la identificación. Puede haber influencia porque existe el deseo de que la relación sea satisfactoria. El tercer nivel y el más alto es el de la interiorización, porque la conducta deseada se ha convertido de forma intrínseca en algo gratificante. Cuando se ofrece un modelo se crea un ambiente que afectará a los valores, las actitudes y la conducta.
A continuación, incluimos algunas de las funciones específicas del que enseña:
La primera función, que además es una función clave, es invitar a las personas a formar parte de una relación de discipulado. Tiene que explicarles en qué va a consistir no solo el curso, sino ese tipo de relación; explicarles qué compromisos van a adquirir y firmar el pacto que aparece en la página 14, “El pacto del discípulo”. Así, el que enseña se convierte en el “guardián del pacto”. El proceso del discipulado no debería comenzar hasta que el discípulo haya orado sobre el tema y haya firmado el pacto. Si no hay un pacto, un acuerdo, unos compromisos, los demás miembros del grupo no podrán pedirle cuentas. Durante el curso hay diferentes herramientas para que el que enseña pueda ejercer esta función. Después de las lecciones ocho y dieciséis aparece un apartado titulado “¿Cómo vamos?” que sirve para revisar el pacto inicial. El objetivo de este apartado después de la lección veinte es considerar en oración a qué persona/s podríamos invitar para iniciar otro grupo de discipulado cuando el nuestro llegue al final.
Inicialmente, el que enseña es el que lidera y guía al grupo. Su papel es guiar a los componentes a través del contenido, y ayudarles a entender el formato de los encuentros. Las lecciones tienen un formato tan sencillo que en poco tiempo todos se sentirán familiarizados con él. Cuando el grupo haya llegado a un cuarto o un tercio del contenido, los miembros pueden turnarse la tarea de guiar los encuentros semanales, y así prepararse para llevar un grupo en un futuro próximo.
El que enseña tiene que hacer las tareas, al igual que los demás componentes del grupo. Aunque él o ella será quien haga las preguntas y anime a los demás a compartir lo que han respondido, también deberá compartir su respuesta, ser uno más a la hora de aportar los descubrimientos que ha podido hacer como fruto de las tareas asignadas.
El que enseña tiene que ser un modelo de transparencia y compartir sus luchas, sus preocupaciones y temas de oración, y confesar su pecado. No es necesario que tenga todas las respuestas a las preguntas bíblicas y teológicas. Una buena actitud es reconocer que no se sabe todo, pero estar dispuesto a investigar, y decir algo como “No lo sé, pero intentaré encontrar la respuesta”. El modelo que está ofreciendo no será eficaz si lo basa en un falso perfeccionismo. El que enseña sigue estando en un proceso de aprendizaje sobre la Biblia y la vida cristiana, del mismo modo que los que están siguiendo el discipulado por primera vez.
El Manual del discipulado ha sido diseñado para hacer una lección por semana, en una sesión de una hora y media. Obviamente, eso variará según el estilo de aprendizaje, la profundidad de las cuestiones personales que se estén compartiendo, y los lapsos que se dediquen a responder a cuestiones que surjan a medida que se va haciendo el estudio. Recordad que la idea de un grupo pequeño de discipulado como el que proponemos es avanzar a un ritmo que se adecue a los participantes. No os sintáis obligados a contestar cada una de las preguntas. Es mejor que uséis este libro como un menú del que elegir lo que va a ser de mayor provecho, sobre todo si hay cosas del contenido que ya se saben o los miembros ya las han incorporado a su vida diaria.
Las tareas deben realizarse de forma completa e individual antes de los encuentros con el resto del grupo. Todas las lecciones contienen los siguientes apartados:
Enseñanza principal: La enseñanza principal sirve como el principio a partir del cual se construirá toda la lección. El resto del capítulo está diseñado para explicar dicho principio bíblico.
Versículo para memorizar: Cuando aprendemos fragmentos de la Biblia de memoria, poco a poco conseguimos que la visión que Dios tiene de la vida se convierta en nuestra visión. El salmista escribe: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Salmo 119:11). Esta disciplina hará que estemos arraigados en la Verdad, servirá para que podamos animar a otros hermanos con la Palabra de Dios, y nos ayudará a compartir nuestra fe con los demás. Y, por encima de todo eso, nos llevará a ser más como Cristo. Estos versículos deberían revisarse aproximadamente cada seis lecciones.
Estudio bíblico inductivo: La Biblia es la fuente indiscutible para descubrir y conocer la realidad. Nuestro interés no estará en almacenar conocimiento, sino que el objetivo de este estudio bíblico será ir conociendo la realidad y, con la ayuda del poder de Dios, hacer que nuestras vidas estén en consonancia con ella. Larry Richards ha resumido muy bien la relación que hay entre la Palabra de Dios y el concepto de realidad: “En la Palabra de Dios, el Espíritu de Dios ha revelado la verdadera naturaleza del mundo en el que vivimos, la verdadera naturaleza del ser humano y de Dios, la consumación última de la Historia, el funcionamiento de las relaciones, y las reacciones ante Dios y ante la vida; y cada una de estas revelaciones se corresponde con el estado real de las cosas, con la realidad”.
Lectura: Cada lección finaliza con una enseñanza cuyo objetivo es ofrecer una aplicación de la verdad eterna con la que se ha iniciado la lección. La aplicación servirá para que esa verdad nos rete y estimule nuestro pensamiento. Las preguntas que aparecen a continuación de la lectura nos ayudarán a ser concretos.
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