Para muchas de nosotras, la palabra en sí ya nos produce terror. No es que no deseemos ser disciplinadas física, mental y espiritualmente. Pero el desafío parece demasiado difícil, o la motivación tiene más que ver con el deber que con el deseo. Y cuando se trata de nuestro caminar cristiano, no deseamos ser legalistas y sólo limitarnos a obedecer un conjunto de reglas.
No se trata de eso, ¿verdad? La autora responde con esta alentadora realidad: el verdadero corazón de las disciplinas espirituales es nuestra relación con Dios. A medida que avanzamos en esa relación, aceptando a nuestro Padre Celestial y sus caminos, descubrimos que las disciplinas son la forma en que nos conectamos con Él.
Es la manera en que Dios le da significado a nuestra vida. Cuando descubrimos que no existe mayor propósito en nuestra vida que amar a Dios en todo momento, en cada actividad, y en cada pensamiento, el "terror" a la vida disciplinada es reemplazado por deseos y expectativas de una vida disciplinada.
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