¿Cómo sería la Iglesia hoy si hubiéramos heredado el impulso creado por las generaciones que nos precedieron? El resultado de 2.000 años de historia de la Iglesia sería inimaginable. Cada generación debe edificar sobre el fundamento
de la anterior, y dejar un legado a la siguiente. Deshonramos a nuestros antepasados y el precio que pagaron para lograr su avance si no
conservamos y aumentamos lo que lograron.
Con la gracia de Dios podemos compensar los
fracasos de varios siglos si estamos dispuestos a
poner el fundamento para que otra generación
venga y edifique sobre él.
Tomemos, pues, posesión de nuestra herencia y
esta nos lanzará hacia la máxima experiencia de la
plenitud del Reino.
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