Desde su desarrollo en el siglo XIX, la psicología como ciencia y la fe como sentimiento espiritual han estado recelosas la una de la otra, tratando de mantenerse a distancia, cuando no enzarzadas en un abierto antagonismo. Buena parte de los pioneros de la psicología como ciencia eran hijos de pastores, formados en hogares cristianos, pero abandonaron la iglesia en busca de respuestas más humanas y coherentes a sus inquietudes frente las reacciones y comportamientos del ser humano que las que la iglesia les aportaba. Por su parte, muchos pastores y líderes cristianos siguen viendo la psicología como una amenaza para la iglesia, una ciencia de origen diabólico que a modo de antítesis a una cosmovisión cristiana busca causas físicas a todos los sentimientos y explicaciones racionalistas a las experiencias espirituales del alma.
El enfrentamiento sigue y continua siendo habitual que un joven universitario interesado en estudiar psicología tenga que escuchar de su pastor: «Es el peor disparate que puedas cometer, te abocará irremisiblemente al precipicio del escepticismo y de ahí al infierno». O un cristiano con depresión de labios de su psiquiatra no cristiano que: «la religión es perturbadora para la salud mental, tiene que comenzar por romper lazos con ese círculo social delirante y desequilibrado que distorsiona y esclaviza el desarrollo de sus impulsos y sentimientos».
Este libro busca desactivar esta falacia. Partiendo de trabajos científicos contrastados, como los de Harold G. Koenig, David B. Larson, Dale A. Matthews y otros, que han demostrado a lo largo de los últimos cuarenta años que la psicología y la fe no son antagónicas, sino todo lo contrario: una fe cristiana sincera es un excelente soporte para la salud física y mental; Mark R. McMinn demuestra en este libro que en el campo de la psicología positiva, la nueva "ciencia de la virtud" puede servir como un puente entre la psicología y la iglesia, permitiendo es establecer un diálogo y colaboración fructífera para ambas.
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