Desde los días de los apóstoles Pablo y Santiago, que parecían estar en contradicción, los cristianos han luchado por definir la tensión adecuada entre la fe y las obras.
La salvación, enfatiza Pablo, “no es por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:9), pero Santiago argumenta: “Sin embargo, alguno dirá: ‘Tú tienes fe, y yo tengo obras’. ¡Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras!” (Santiago 2:18).
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