El amor se nombra de muchas maneras, se da a conocer con muchos rostros que lo hacen visible, tangible, evidente. El amor se declina como respeto o como responsabilidad, por ejemplo. Amor que tiene su raíz en el Dios de Jesucristo, el Hijo del Hombre, por quien el amor se nos ha hecho próximo para ser vivido y para ser compartido. De ese amor y de algunos de sus rostros escribimos. Más por anhelo que por experiencia, más como esperanza futura que como realidad cumplida; siempre en deuda de afecto con las personas, no pocas, que nos han mostrado la fecundidad del amor que les habita, que lo han derramado generosa y gratuitamente sobre nuestra alma para hacerla menos árida.
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