Introducirse en la comprensión espiritual de las infinitas dimensiones del amor y la misericordia de Dios (Ef.3,18-19) transforma nuestra perspectiva de la vida y del vivir. La conciencia experiencial de ser amados gratuitamente por Dios genera un estilo de vida renovado, descentrados del yo, centrados en Jesús; nos contagia su misma mirada misericordiosa para con ella mirar responsable, comprometidamente, a nuestros semejantes (1ªJn.4,10-11).
Somos llamados a convertirnos a Dios en Jesucristo y, en Jesús, llamados a convertirnos a nuestros semejantes, en especial al huérfano, la viuda y el extranjero, a los más vulnerables, a los más olvidados de cada generación (Prov.31,8-9).
El llamado de Jesús al seguimiento es un llamado a ser crucificado (Gál.2,20), a llevar la cruz cada día (Lc.9,23). Esa vida crucificada vuelve la espalda al yo, con sus exigencias, para ser consumida en amor servicial a los demás (1ªCor.13).
Ante la cruz del Maestro Salvador nos descubrimos requeridos por los rostros dolientes de nuestros semejantes, para responderles responsablemente en el nombre de Jesús, con el mismo amor activo con que Él nos ama inmerecidamente desde antes de la fundación del mundo.
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