Una promesa de Dios puede compararse a un cheque pagadero a la orden del portador. Esta promesa ha sido otorgada al creyente con el propósito de que reciba una gracia, no para que la lea superficialmente y después prescinda de ella. El cristiano ha de considerarla como algo real, del mismo modo que lo es un cheque para el comerciante.
El cristiano debe tomarla en sus manos, poner al pie de ella su firma, acepándola personalmente como verdadera. Por fe la acepta y se la apropia, declarando así que Dios es verdad y que también lo es por lo que atañe a esta su promesa. En consecuencia, se cree en posesión de la bendición que le ha sido prometida, y por anticipado entrega el recibo firmado en su nombre acreditando haber recibido dicha bendición. Hecho esto, presenta a Dios esta promesa, de la misma manera que se presenta un cheque al cajero del banco, y ora en la seguridad de que tendrá cabal cumplimiento. A fecha fija recibirá la gracia prometida. Si la fecha de pago no hubiese llegado todavía, espera pacientemente hasta que llegue; entre tanto, debe considerar la promesa como si fuera dinero, ya que cuenta con la certidumbre de que el Banco le pagará a su debido tiempo.
Personas hay que olvidan estampar su firma de fe en el cheque, de suerte que nada reciben; otros lo firman, pero no lo presentan, y tampoco reciben. La culpa no es de la promesa, sino de quienes no saben utilizarla de un modo práctico y sensato.
Publicado originalmente con el título de LIBRO DE CHEQUES DEL BANCO DE LA FE, esta Charles Spurgeon de es un CLÁSICO ENTRE LOS CLÁSICOS.
Tiempo de dedicación: 5-10 minutos.
Duración: 365 días.
Páginas: 373
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