Estaba conversando con unos padres angustiados. El motivo de su desazón era la manera en que sus hijos se conducían últimamente.
Finalmente, con ojos inundados de lágrimas y las emociones rotas, quebraron la calma de la tarde en un grito desesperado: “¡Amamos a nuestros hijos, pero no sabemos como ayudarles! ¡Queremos que vivan correctamente, pero no somos capaces de que lo entiendan!”
Frente a aquel matrimonio, sacudido por el desconcierto y abatido por la preocupación, me afirmé en la idea de que pocos papeles son tan difíciles de desempeñar como el de ser padres.
El libro que tiene entre sus manos es fruto de una convicción: La de que podemos conseguir educar a nuestros hijos desde la cercanía y la amistad. En este libro no pretendemos abordar métodos de educación, sino principios para educar.
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