El Prefacio y una extensa Introducción sitúan al lector en el entorno del libro de Hechos: autor, origen, propósito y en especial la fecha en que fue escrito, que la mayoría de autores críticos sitúan sobre el año 70, mientras que Bruce defiende que fue en época mucho más temprana, no más allá del año 64, un tema importante, dado que la fecha en que fuera escrito Hechos condiciona la del evangelio de Lucas. Resalta de manera especial el papel de Pablo en Hechos (a quién Bruce presenta como el héroe de Lucas) y la relación del texto del libro de Hechos con sus epístolas. A continuación va una bibliografía exhaustiva y que se erige como prueba concluyente del nivel de erudición y ardua labor de investigación llevada a cabo por el autor. Las numerosas citas y análisis que hace Bruce de las opiniones de otros autores, en especial de los grandes comentaristas alemanes de la escuela crítica, como es el caso de Martin Dibelius (1833-1947); Hans Conzelmann (1915-1989); Ernst Käsemann (1906-1998); sin olvidar a los grandes comentaristas del sector evangélico, como puedan ser Joseph Addison Alexander (1809-1860) o Ian Howard Marshall (1934.2015), dan buena fe de ello.
A partir de aquí va desplegando el contenido de hechos, versículo a versículo, enmarcándolo dentro de un bosquejo de acontecimientos que estructura en seis partes fundamentales:
I. El nacimiento de la Iglesia (1:1–5:42);
II. Persecución y expansión (6:1–9:31);
III. Los hechos de Pedro y principio de la Iglesia gentil (9:32–12:24);
IV. Extensión de la Iglesia desde Antioquía y el decreto apostólico en Jerusalén (12:25–15:35);
V. V. Pablo abandona Antioquía y se dirige al mundo Egeo (15:36–19:20);
VI. Pablo planea visitar Roma y llega allí por una ruta inesperada (19:21–28:31).
Cada una de estas partes principales cuenta con sus correspondientes divisiones y subdivisiones, siguiendo en la exposición el texto bíblico en bloques de uno o varios versículos.
La información que proporciona sobre el trasfondo histórico (personas, lugares, hechos) es excelente y valiosísima; abre los ojos del lector a muchos detalles que por regla general pasan desapercibidos, incluyendo algunos que se pierden en la traducción. Interesantísimas son las explicaciones sobre ceremonias y tradiciones judías en la época, para lo cual recurre constantemente a la Mishná, ayudan a entender muchas cosas que de otra manera pasarían desapercibidas o resultan incomprensibles. Las conclusiones teológicas, a juicio de algunos, no son suficientes, ya que evita entrar en el escabroso debate de la pneumatología y eclesiología de Lucas; sin embargo, entendemos que dada la controversia en estos temas optara por esta vía; pero sus aportaciones teológicas en otros temas son ciertamente extraordinarias, como no cabría esperar menos de un autor a ese nivel. Resultan también muy relevantes los paralelismos y aplicaciones que hace entre la Iglesia apostólica y los problemas de la Iglesia en el día de hoy.
Aunque se trata de un comentarista evangélico de tinte netamente conservador, y como ya hemos dicho evita ciertos debates teológicos, no deja de resultar significativo el tratamiento que en el curso de la narrativa hace con respecto al derramamiento del Espíritu Santo, sus dones y milagros. De manera especial su criterio aperturista en lo referente a que tales milagros puedan producirse en la Iglesia de nuestros días. Algo evidente en muchos casos, como el paralelismo que establece entre el éxtasis de Pablo en el momento de su conversión y el experimentado por el misionero hindú Sadhu Sundar Singh durante su conversión a principios del siglo XX, después de haber sido, como el apóstol, enemigo y perseguidor de la fe cristiana. Definitivamente Bruce no era de convicciones pentecostales, pero en algunas de sus apreciaciones a lo largo de su comentario a los Hechos casi parece que lo fuera.
Una verdadera joya de exposición y exégesis bíblica finalmente accesible a los ministros cristianos de habla española.
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