Hasta el día de su muerte, A. W. Tozer jamás dejó de exhortar a la Iglesia para que caminase como aquellos que realmente pertenecen al reino de Dios. Aunque nunca rebajó su crítica contra lo que él llamaba «el iglesianismo», forjada en torno al espectáculo, creía que la Iglesia estaba lista para renovarse, y anhelaba verla regresar a lo que fue antes, a aquel modelo tipifi cado por la Iglesia primitiva llena del Espíritu Santo, humilde y amorosa.
Si se ha preguntado alguna vez por qué la Iglesia tiene poca influencia en el mundo y, de igual manera, cómo su vida personal podría constituir más claramente el testimonio poderoso que caracterizó a los primeros cristianos, las palabras de Tozer, severas y rotundas, le recordarán qué es lo que le falta, y le retarán para que renuncie a lo superfi cial de modo que pueda caminar hacia la fe auténtica.
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