Por muchas razones podemos tener un concepto erróneo en cuanto a nosotros mismos: complejos de inferioridad o superioridad, afán de protagonismo o tendencia a negar nuestros dones, egoísmo endémico o autodesprecio. El tema de la autoestima y la identidad está de moda en el mundo de hoy. Nos dicen que necesitamos ser "afirmados" y que no podremos amar a otros mientras no sepamos amarnos a nosotros mismos. ¿Hasta qué punto puede el creyente suscribir estas ideas o escapar de su influencia? ¿Qué dice la Biblia de cómo hemos de vernos?
El evangelio denuncia con absoluto realismo la profunda miseria de nuestra condición humana. Asquerosos; necios; inútiles. Así de fuerte es el diagnóstico bíblico. Este es el profundo y serio asco que nuestra pecaminosidad debería darnos.
Pero en segundo lugar, el evangelio nos conduce a otra conclusión muy distinta. Dios nos ama y en Cristo ha hecho lo necesario para que nuestra humanidad degenerada sea plenamente restaurada a su gloria.
Por lo tanto, el creyente no puede cegarse ante su pecado; ya que su autoafirmación no se funda en el engaño. Pero el hecho de su anterior perdición tampoco debe llevarlo a negar su nueva situación en Cristo. El amor de Dios es la causa de su "afirmación" y el origen de su identidad.
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