Cuando Carlos Annacondia lanza su grito de guerra: « ¡Oíme bien, Satanás!» literalmente miles de personas experimentaban la manifestación del poder del Espíritu Santo: Muchos sanaban de diversas enfermedades, otros recibían el don de lenguas y otros obtenían la liberación de espíritus demoníacos. Ese grito de guerra surgió de manera espontánea, no se lo propuso, ni lo preparó, ni lo razonó. Era como si le dijera al diablo: «Presta atención porque llegó tu hora y no vas a poder seguir haciendo lo que estás haciendo ahora, te vas a tener que i»
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