Seamos conscientes de ello o no, nuestra vida está controlada por la ley de la autoridad y el concepto asociado de subordinación. Si desea salir ileso del tráfico, debe someterse a la autoridad de las señales de tráfico y los agntes de policía. El orden solo puede lograrse en la vida si nos ponemos bajo la dirección de la autoridad como principio regulador y obedecemos. Nuestra calidad de vida también depende de esta necesaria relación entre autoridad y sumisión.
La autoridad de Dios se corresponde con su naturaleza: si Dios es bueno, justo, santo y amoroso, también lo es su autoridad. Tendría que negarse a sí mismo si abusara de su autoridad, y él no puede hacer eso (2 Timoteo 2:13). La autoridad, tal como Dios la vive, la entiende y la espera de las personas, cumple los fines siguientes: liderar, proveer y proteger. Así pues, una comprensión correcta de la autoridad lleva a una fe verdadera que puede creer con éxito en las promesas de Dios.
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