El apóstol Pedro escribió dos cartas que encontramos en el Nuevo Testamento. Ambas van dirigidas al mismo grupo de iglesias, al norte de lo que hoy es Turquía. Pero el trasfondo de las cartas es diferente: la primera fue escrita para animar a los hermanos en medio de la persecución; la segunda para advertirles del peligro de los falsos maestros.
El capítulo 2 de la segunda carta de Pedro es muy parecido a la epístola de Judas. La relación exacta que existe entre estas dos epístolas ha sido (y seguirá siendo) motivo de interminables debates entre los comentaristas. La cuestión de quién imitó a quién, o de si los dos disponían de un documento preparado por una tercera persona o seguían una tradición oral, quizás nunca se resuelva; pero, en cualquier caso, hay suficientes diferencias entre los dos textos como para vindicar la presencia de ambos en el canon bíblico, ¡y para hacer necesario el estudio de los dos!
Parece que la razón por la cual Pedro escribió su segunda epístola es que quería dar a sus amados lectores unas instrucciones, enseñanzas y advertencias finales. Verdaderamente, la carta es su último testamento, pero no escrito por un falsificador después de su muerte, sino por el apóstol mismo poco antes de ella.
Por su parte, la Epístola de Judas no ha tenido muy buena prensa. A pesar de sus hermosas palabras de ánimo y su gloriosa doxología, es poco estudiada en las iglesias, poco conocida por los creyentes y poco apreciada por algunos comentaristas. Por tanto, antes de entrar en el estudio del texto nos conviene hacer un pequeño autoexamen para ver si nuestro corazón está dispuesto a recibir la palabra de Judas, o si contiene actitudes que puedan impedir la implantación de su mensaje en nosotros.
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