El apóstol Pedro escribió dos cartas que encontramos en el Nuevo Testamento. Ambas van dirigidas al mismo grupo de iglesias, al norte de lo que hoy es Turquía. Pero el trasfondo de las cartas es diferente: la primera fue escrita para animar a los hermanos en medio de la persecución; la segunda
para advertirles del peligro de los falsos maestros.
En 1 Pedro, el apóstol va alternando secciones doctrinales con secciones éticas. Es decir, primero expone lo que somos y tenemos como resultado de nuestra salvación, y después aplica esta enseñanza a nuestra vida diaria, exhortándonos a conducirnos de una manera coherente.
Cuando escuchamos las palabras iniciales de la exposición doctrinal (en 1:3), viene enseguida a nuestra mente la alabanza similar que abre la epístola de Pablo a los Efesios. De hecho, la frase inicial es textualmente igual en las dos epístolas: Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Pero la similitud entre Efesios y 1 Pedro no acaba aquí. El tema que sigue es el mismo en ambos casos: gratitud por la gran salvación que Dios nos ofrece en Cristo. ¡Incluso hay similitud en el estilo, por cuanto ambos apóstoles escriben una oración larguísima y sin pausas! (1 Pedro 1:3-12; Efesios 1:3-14).
Sin embargo, hay también notables diferencias entre los dos textos. El enfoque de Pedro es mayormente futuro: nos habla de nuestra esperanza, de nuestra herencia, de cosas preparadas y reservadas, pero que aún no han sido manifestadas, del retorno de Cristo y del "fin" (la meta) de nuestra fe. Pero centra nuestra mirada en el futuro, a fin de animarnos en el presente. Su tesis es que, si miramos las venideras cosas celestiales, seremos capaces de soportar la oposición y las aflicciones actuales, y no solo soportarlas, sino conocer un profundo gozo en medio de ellas.
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