El libro de Ester es una historia apasionante, bellamente narrada y como relato dramático es inmejorable. Aparentemente, el gran ausente del libro es Dios mismo, ya que no nombra nada que pudiera sugerir explícitamente la presencia divina. Sin embargo, para cualquiera que tiene ojos para ver, es evidente que Dios es el mayor protagonista de todos.
Dios es como un dramaturgo que escribe el texto para los actores y está continuamente presente entre bastidores, pero que nunca sale al escenario. En el libro de Ester vemos que las cosas no ocurren solamente por iniciativa humana y a causa de factores sociopolíticos, sino también porque, detrás hay un Dios que mueve los hilos.
Quizás el mensaje principal de Ester sea la certeza de la providencia divina, la capacidad del “Dios no mencionado” para cuidar de su pueblo afligido. A lo largo de los siglos, generaciones de creyentes han encontrado en estas páginas determinados principios y patrones que les ayudaron a fortalecer su fe. Todo el texto rebosa confianza en el poder protector de Dios. El desenlace de la historia confirma que esta confianza es segura.
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