La violencia ha existido sobre nuestro planeta desde que el mundo es mundo. Todos estamos en contra de ella; y al mismo tiempo, indirectamente, le damos nuestro apoyo. Todos la condenamos, mientras por otro lado la veneramos ¡o casi!, a través de múltiples formas de agresividad.
¿Es inevitable la agresividad? ¿Es un componente necesario en el desarrollo de una personalidad equilibrada? ¿O es más bien una reacción brutal que desfigura lo poco o mucho que hay de noble en el ser humano? ¿Dónde está la frontera entre las formas útiles y las perjudiciales de la agresión y de la violencia?
Las posibles respuestas a estos interrogantes son tan cruciales como diversas. Y no dejan lugar para postulados simplistas ni se resuelven con elucubraciones intrincadas. Requieren un análisis profundo de la causa que genera en el ser humano el desarrollo de la violencia: el afán de poder.
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